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EL BÁCULO DEL OBISPO: Palabra, altar, caridad

EL BÁCULO DEL OBISPO: Palabra, altar, caridad

By Bishop James R. Golka

Es preferible, hermanos, que busquen entre ustedes a siete hombres de buena fama, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, y nosotros les encargaremos esta tarea . . .” (Hechos 6, 3)

El 25 de mayo, nuestra diócesis será bendecida con la ordenación de 12 hombres al diaconado permanente.  Estos hombres se unirán a 100 hermanos diáconos que sirven en nuestra diócesis, todos ellos configurados en la forma de Cristo Siervo.  De hecho, la palabra diácono viene de una palabra griega diakonos, que significa “siervo”.  La Iglesia pide a los diáconos que ejerzan su ministerio de servicio principalmente en tres partes:  palabra, altar y caridad.

Aunque los diáconos se encuentran en los primeros relatos de la Iglesia en las Escrituras, con el tiempo el diaconado se transformó principalmente en un estado de transición para aquellos en el camino hacia el sacerdocio.  El diaconado permanente fue restaurado en el Concilio Vaticano II, y la base de esta restauración se encuentra en la Constitución Dogmática sobre la Iglesia, “Lumen Gentium.” En el párrafo 29, el Concilio dice esto sobre el diaconado permanente:  “Confortados con la gracia sacramental, en comunión con el Obispo y su presbiterio, sirven al Pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad”.

Lumen Gentium también señala muchos deberes diaconales adicionales; sin embargo, las tres palabras mencionadas anteriormente: palabra, altar, caridad, merecen un examen más profundo.

Palabra. La Iglesia confía al diácono el deber y el privilegio de proclamar el Evangelio y, ocasionalmente, de pronunciar la homilía. La Instrucción General del Misal Romano (IGMR), número 94, especifica este gran honor:  “En la Misa, al Diácono le corresponde proclamar el Evangelio y, a veces, predicar la Palabra de Dios . . .”. 

Altar. El IGMR 94 continúa diciendo: “ . . . ayudar al sacerdote, preparar el altar y prestar su servicio en la celebración del sacrificio; distribuir la Eucaristía a los fieles . . .”.  La función de ayudar al sacerdote es humilde y fácil de pasar por alto, pero tiene una importancia especial. Durante mi tiempo como sacerdote, he tenido diáconos que me han preguntado: “¿Cómo puedo ayudarle a rezar mejor la Misa?”.  En esta pregunta hay un verdadero espíritu de servicio diaconal y un profundo sentido de reverencia por lo que sucede en el altar.  Experimenté la profunda humildad arraigada en este servicio en el altar cuando oí decir a un diácono: “Si hago bien mi trabajo, nadie se dará cuenta”.

Caridad. Aunque es sólo un tercio de la alineación “Mundo, Altar, Caridad”, podría decirse que la caridad representa el mayor elemento del servicio diaconal.  Es posible que muchos feligreses sólo vean a los diáconos cuando están sirviendo en la Misa y, por ello, existe el riesgo de perderse las muchas obras de caridad que los diáconos realizan con alegría fuera del santuario de la Iglesia. Es en el servicio a la caridad donde el diácono responde a esa llamada oída hace 2.000 años en los Hechos de los Apóstoles, cuando los diáconos fueron por primera vez “designados para esta tarea”. Esa tarea original consistía en atender a las viudas desatendidas de la comunidad.

Hay ejemplos maravillosos de santos que fueron diáconos.  Quizá uno de los más famosos sea ese gran santo de la humildad y la paz que es san Francisco de Asís.  Sin embargo, también merece la pena señalar a algunos otros santos diáconos, y lo que les costó en última instancia su compromiso con la Iglesia.

San Esteban fue uno de los siete diáconos originales que aparecen en los Hechos de los Apóstoles (Hch 6, 3-6).  También es el “protomártir” de la Iglesia, su primer mártir.  Su martirio fue el resultado de su audaz proclamación de la buena nueva, el Evangelio, de Jesucristo. San Pablo estuvo presente en el martirio de Esteban y pudo haber participado en él. Quizá la presencia de Pablo en el martirio de Esteban sea una sutil referencia al ministerio de caridad del diácono, pues en sus encuentros con los demás el diácono sabe que nadie es irredimible.

El patrón de los diáconos es san Lorenzo.  Lorenzo era responsable de los bienes materiales de la Iglesia en una época en la que era peligroso ser seguidor de Jesucristo.  Cuando el emperador Valeriano ordenó la ejecución del papa Sixto II en el año 258 d.C., también ordenó a Lorenzo que entregara las riquezas de la Iglesia.  Lorenzo regaló rápidamente todo lo que la Iglesia tenía de valor material.  Entonces reunió a todos los pobres y sufrientes y se los presentó al emperador como la verdadera riqueza de la Iglesia. Por este acto de valor, fue literalmente asado vivo. Cuenta la leyenda que, mientras le martirizaban, exclamó: “Estoy acabado por este lado, dadme la vuelta . . .”. Por ello, la Iglesia le nombró patrón de cocineros y comediantes.  Sí, a veces los diáconos también necesitan sentido del humor además de fortaleza para responder a su llamada diaconal.

Mientras esperamos con gozosa expectación la ordenación de estos diáconos, recemos por todos nuestros santos servidores diáconos.  Implorémosles que se adhieran a las palabras de san Policarpo que, hace 19 siglos, exhortaba a los diáconos: “Sean misericordiosos, diligentes, caminando según la verdad del Señor, que se hizo servidor de todos”.

 (Traducido por Luis Baudry-Simón.)

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