EL BÁCULO DEL OBISPO: El sacramento de la humildad, la unidad y la caridad
By Bishop James R. Golka
En el último mes hemos sido testigos de dos acontecimientos muy impactantes en nuestro país. El 13 de julio fuimos testigos de un impactante intento de asesinato de un ex presidente. Días después, asistimos a una de las mayores concentraciones de fieles católicos de la historia reciente en el Congreso Eucarístico Nacional de Indianápolis.
El primer evento reveló la necesidad real de humildad, unidad y caridad en nuestro país y en nuestro discurso político. Este último acontecimiento fue un despliegue de humildad, unidad y caridad, ya que miles de personas de toda la Iglesia de los Estados Unidos se reunieron en torno a nuestro Señor Eucarístico. Mientras reflexionaba sobre estos eventos, siento fuertemente que la Eucaristía es una gran esperanza para nosotros y para nuestros tiempos. Nuestro Señor desea sanar a nuestro país y a la Iglesia. A través de la Eucaristía, nuestro Señor puede usar a cada uno de nosotros como sus instrumentos en esta sanación.
Vemos que nuestro mundo está quebrantado de muchas maneras por el pecado del orgullo, pero Jesús en la Eucaristía nos llama a la humildad. En la Eucaristía, debemos convertirnos en lo que recibimos: alguien que vino a servir a los demás con humildad. Como nos enseña San Pablo: “Que cada uno busque no solamente su propio interés, sino también el de los demás. Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús El, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres” (Filipenses 2, 5-7).
Jesús también nos da el mandato de servir a los demás con humildad después de lavar los pies de los discípulos en la Última Cena. “Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes” (Juan 13, 15). Al recibir la Eucaristía, cuanto más nos entregamos en humildad a Cristo, más nos transforma Cristo y puede utilizarnos para sus fines. sComo enseñó San Francisco de Asís a sus frailes: “¡Humíllense para que puedan ser exaltados por Él! ¡No retengan nada de sí mismos para sí mismos, para que Aquel que se da totalmente a ustedes pueda recibirlos totalmente!”.
También vemos que una de las grandes tácticas del maligno es dividir: dividirnos de Cristo y dividirnos entre nosotros. Sin embargo, la Eucaristía es el Sacramento de la Unidad a través del cual Jesús desea curar las heridas de la división tanto en el mundo como en la Iglesia. En la Eucaristía no sólo nos unimos íntimamente a Jesús, sino que también nos unimos unos a otros en el cuerpo místico de Cristo, la Iglesia. Como enseña San Pablo: “La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo?. Ya que hay un solo pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque participamos de ese único pan” (1 Corintios 10, 16-17).
¿Por qué es tan importante esta unidad y por qué quiere destruirla el maligno? Porque nuestra unidad en la Eucaristía es la fuente de nuestra misión en Cristo. San Juan Pablo II lo explica con fuerza: “Al unirse a Cristo, en vez de encerrarse en sí mismo, el Pueblo de la nueva Alianza se convierte en ‘sacramento’ para la humanidad, signo e instrumento de la salvación, en obra de Cristo, en luz del mundo y sal de la tierra . . . para la redención de todos. La misión de la Iglesia continúa la de Cristo: ‘Como el Padre me envió, también yo os envío’ (Jn 20, 21). Por tanto, la Iglesia recibe la fuerza espiritual necesaria para cumplir su misión perpetuando en la Eucaristía el sacrificio de la Cruz y comulgando el cuerpo y la sangre de Cristo. Así, la Eucaristía es la fuente y, al mismo tiempo, la cumbre de toda la evangelización” (Ecclesia de Eucharistia, 22)
Esto conduce finalmente a que la Eucaristía sea el Sacramento de la Caridad, porque la misión a la que todos estamos llamados en Cristo es una misión de amor. En la fracción eucarística del pan, el corazón de Jesús se abre por nosotros en amor para que nosotros podamos abrir nuestros corazones en amor por los demás y nuestras vidas se conviertan entonces en un don “entregado por ustedes”. El Papa Benedicto XVI habla de que la Eucaristía nos obliga a no vivir ya para nosotros mismos, sino para los demás: “Cada celebración eucarística actualiza sacramentalmente el don de su propia vida que Jesús hizo en la Cruz por nosotros y por el mundo entero. Al mismo tiempo, en la Eucaristía Jesús nos hace testigos de la compasión de Dios por cada hermano y hermana. Nace así, en torno al Misterio eucarístico, el servicio de la caridad para con el prójimo, que ‘consiste precisamente en que, en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni siquiera conozco’” (Sacramentum Caritatis, 88).
Mientras continuamos este tiempo de Avivamiento Eucarístico, que nuestra participación en la Eucaristía nos fortalezca contra las tentaciones del orgullo, la división y el antagonismo, y permita que Jesús nos utilice como sus instrumentos de humildad, unidad y caridad para transformar y sanar nuestro país y la Iglesia.
(Traducido por Luis Baudry-Simón.)
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