"Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”. (Juan 20, 23)
En 1922, G.K. Chesterton, de 48 años, entró en plena comunión con la Iglesia católica. Catorce años más tarde, en su autobiografía, Chesterton explicaría por qué se hizo católico con esta sencilla, pero profunda, afirmación: “Para librarme de mis pecados”.