EL BÁCULO DEL OBISPO: El evangelio de la vida debe ser proclamado audazmente por todos
By Bishop James R. Golka
Octubre es el “Mes del Respeto a la Vida”, y es un recordatorio de que estamos llamados a respetar toda la vida humana desde el momento de la concepción hasta la muerte natural.
Es muy fácil para muchos relegar el respeto a la vida a una mera cuestión política, pero respetar la vida humana es el núcleo mismo de lo que significa ser humano, y para los cristianos, está en el corazón mismo del Evangelio de Jesucristo.
Creada a imagen y semejanza de Dios y llamada a participar en la vida misma de Dios, la persona humana es la corona de la creación de Dios que posee una dignidad que supera con creces a cualquier otra criatura en la creación. Esta gran dignidad se revela en los Salmos: “Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para que te ocupes de él? Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y esplendor; le diste dominio sobre la obra de tus manos, todo lo pusiste bajo sus pies” (Salmo 8, 5-7)
Jesús vino a proclamar el Evangelio de la salvación, que en el fondo es el Evangelio de la vida. Jesús dijo: “Vine para que tuvieran vida y la tuvieran en abundancia” (Juan 10, 10). Por su Encarnación, Jesús revela la gran dignidad de todas y cada una de las personas. Como el Vaticano II proclama audazmente a nuestro mundo moderno, “En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, Cristo nuestro Señor, Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación” (“Gaudium et spes,” 22).
Cuando entendemos esta gran dignidad de la vida humana revelada por Cristo, el mandamiento “No matarás” del Decálogo del Antiguo Testamento es muy elevado en significado y responsabilidad. Es mucho más que una prohibición de quitar la vida humana, es el mandato de recibir la vida como un regalo y proclamar el Evangelio de la vida. Como explica San Juan Pablo II,“El mandamiento de Dios no está nunca separado de su amor; es siempre un don para el crecimiento y la alegría del hombre. Como tal, constituye un aspecto esencial y un elemento irrenunciable del Evangelio, más aún, es presentado como ‘evangelio’, esto es, buena y gozosa noticia. También el Evangelio de la vida es un gran don de Dios y, al mismo tiempo, una tarea que compromete al hombre. Suscita asombro y gratitud en la persona libre, y requiere ser aceptado, observado y estimado con gran responsabilidad: al darle la vida, Dios exige al hombre que la ame, la respete y la promueva. De este modo, el don se hace mandamiento, y el mandamiento mismo es un don” (El Evangelio de la Vida, “Evangelium vitae,” 52).
Este don de la vida es un don que Dios nos ha confiado y que debe ser custodiado, promovido y apreciado. ¡Somos mayordomos del don de la vida! En lugar de ser “árbitros” y “gobernantes” sobre la vida, estamos llamados a ser “ministros” de la vida y del plan de Dios para cada persona humana. San Juan Pablo II describe nuestra mayordomía del don de la vida: “Llamado a ser fecundo y a multiplicarse, a someter la tierra y a dominar sobre todos los seres inferiores a él (cf. Gn 1, 28), el hombre es rey y señor no sólo de las cosas, sino también y sobre todo de sí mismo y, en cierto sentido, de la vida que le ha sido dada y que puede transmitir por medio de la generación, realizada en el amor y respeto del designio divino. Sin embargo, no se trata de un señorío absoluto, sino ministerial, reflejo real del señorío único e infinito de Dios. Por eso, el hombre debe vivirlo con sabiduría y amor, participando de la sabiduría y del amor inconmensurables de Dios” (“Evangelium vitae,” 52). Al final, todos estamos llamados a ser cuidadores de una vida que es completamente un don de Dios.
Como discípulos de Jesús, el anunciar debidamente el Evangelio de la vida no es opcional, es un llamado indispensable de todo cristiano. La creciente y maliciosa cultura de la muerte que se está apoderando de nuestra sociedad moderna hace que este deber y llamado sea aún más urgente y necesario. Si la dignidad y el derecho a la vida de cada persona no se proclaman y protegen fervientemente, todos los demás derechos humanos y aspectos de la sociedad se ven socavados y en peligro. San Juan Pablo deja esto claro: “Se ha hecho habitual hablar, y con razón, sobre los derechos humanos; como por ejemplo sobre el derecho a la salud, a la casa, al trabajo, a la familia y a la cultura. De todos modos, esa preocupación resulta falsa e ilusoria si no se defiende con la máxima determinación el derecho a la vida como el derecho primero y fontal, condición de todos los otros derechos de la persona” (“Christifideles laici,” 38).
Por lo tanto, salgamos todos a proclamar con valentía el Evangelio de la vida a través del testimonio de nuestras vidas y a través de las diversas responsabilidades que Dios nos ha confiado. Una de esas grandes responsabilidades es nuestro testimonio y acción en la plaza pública, especialmente a través del voto. Nuestro voto este día de elecciones es especialmente urgente. Insto encarecidamente a todos los católicos a votar no a la Enmienda 79, que consagra el derecho al aborto en la Constitución de Colorado. La Enmienda 79 “prohíbe a los gobiernos estatales y locales negar, impedir o discriminar contra el ejercicio del derecho al aborto”. Esto elimina efectivamente la notificación a los padres tal como existe actualmente y prohíbe cualquier promulgación futura de los estatutos de notificación a los padres. La Enmienda 79 también deroga la actual prohibición constitucional del aborto electivo financiado por los contribuyentes. Permitiría que el aborto esté cubierto por Medicaid y los programas de seguro del gobierno que se pagan con dinero de los impuestos. Abre la puerta a futuros fondos de los contribuyentes para abortos tardíos para mujeres dentro y fuera del estado. Se debe oponer a esta enmienda la “determinación máxima”.
Estamos en una batalla real y feroz entre la cultura de la vida y la cultura de la muerte. Todos somos proclamadores audaces del evangelio de la vida para que realmente podamos construir una civilización de vida y amor.
(Traducido por Luis Baudry-Simón.)
23