EL BÁCULO DEL OBISPO: El servicio sacerdotal
By Bishop James R. Golka
"Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”. (Juan 20, 23)
En 1922, G.K. Chesterton, de 48 años, entró en plena comunión con la Iglesia católica. Catorce años más tarde, en su autobiografía, Chesterton explicaría por qué se hizo católico con esta sencilla, pero profunda, afirmación: “Para librarme de mis pecados”.
El supuesto subyacente en la razón de Chesterton para hacerse católico es la existencia del sacerdocio para cooperar con Jesucristo en el Sacramento de la Reconciliación, el vehículo por el que Chesterton buscó el perdón de sus pecados.
La mayoría de los católicos, quizá todos, comprenden el don que supone poder buscar el perdón en el confesionario. Sin embargo, muchos católicos no entienden el regalo que es ser sacerdote y sentarse con un penitente y cooperar con Jesucristo en ese sacramento sanador.
En su artículo de este número del Colorado Catholic Herald, el P. Larry Brennan se refiere al sacerdocio como “. . . el regalo de Navidad más precioso que he recibido”. A menudo nos referimos al sacerdocio como una llamada, una vocación, un ministerio; y todo esto es cierto. Para los que somos sacerdotes, nuestra ordenación también representa un tremendo regalo.
Es cierto que el sacerdocio común o universal es un don para todos los fieles bautizados. El Catecismo de la Iglesia Católica es claro al respecto. “Este ‘sacerdocio común’ es el de Cristo, único Sacerdote, participado por todos sus miembros” (CIC 1141), y “por el Bautismo participan del sacerdocio de Cristo” (CIC 1268).
Sin embargo, quiero llamar especialmente la atención sobre el sacerdocio ministerial, porque es a través de este sacerdocio, el sacerdocio ordenado, que tenemos acceso a los sacramentos. El Catecismo es explícito en lo que esto significa: “[Cristo] actúa por los sacramentos” (CIC 1076). Nuestro acceso a Cristo es únicamente “pleno” a través de los sacramentos, y nuestro acceso a los sacramentos fluye principalmente a través de nuestros sacerdotes.
Cuando un sacerdote es ordenado, es ordenado para pastorear, para dirigir: “. . . el sacerdote, en virtud del sacramento del Orden, actúa in persona Christi Capitis” (es decir, en persona de Cristo Cabeza) (CIC 1548). Pero Jesús deja claro que se trata de un tipo diferente de liderazgo.
“. . . y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo: como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud” (Mateo 20, 27-28, también Marcos 10, 44-45).
El Catecismo subraya estas palabras de Jesús. “El ejercicio de esta autoridad debe, por tanto, medirse según el modelo de Cristo, que por amor se hizo el último y el servidor de todos” (CIC 1551).
Este mes, tres jóvenes han sido ordenados sacerdotes y, al hacerlo, han asumido este reto de liderazgo de servicio. Este otoño tendremos hasta 20 hombres que quieren seguir a estos recién ordenados en el ministerio sacerdotal. Este mes también hemos ordenado a un diácono transitorio y a 12 diáconos permanentes. Todos llamados y ordenados al liderazgo y al servicio.
Deberíamos hacer una pausa y preguntarnos: “¿Cómo fueron llamados estos hombres por el Espíritu Santo a este servicio?”. Consulta el artículo del P. Brennan, y leerás cómo escuchó la llamada en una hermosa obra de arte musical. Otros han escuchado la llamada en el silencio de la oración. Muchos otros han oído la llamada en la voz de quienes les rodean. Si encuentras a un hombre que intuyes que puede tener vocación sacerdotal, ¡díselo! Díselo a sus padres. Díselo a su párroco. Tal vez el Espíritu Santo esté llamando a ese hombre a través de ti.
Por favor, anima a tus sacerdotes y párrocos, dales las gracias por responder a la llamada; pero anima también a los hombres que te rodean a discernir la llamada siempre que pienses: “Sería un buen sacerdote”. Anímalos a buscar el silencio en un mundo ruidoso para que puedan escuchar la voz de Dios.
Ya he mencionado anteriormente en este espacio que dos de los hilos más comunes en la vida de los hombres llamados al sacerdocio son la Adoración Eucarística y el Rosario. Invita a la Adoración a un hombre que creas que puede tener vocación sacerdotal. En este número encontrarás un calendario de los lugares donde se celebra la Adoración en nuestra diócesis para ayudarte en ese esfuerzo. Invítalo a rezar el Rosario contigo. Dile que rezas por su discernimiento. Hazlo ahora, no esperes.
Si ese hombre es llamado al sacerdocio, todos podemos alegrarnos por la incorporación de otro par de manos que nos traen a Jesús, otra voz en el confesionario que ofrece el perdón de Jesús. Con la misma alegría, cuando acompañamos a estos hombres en su discernimiento de la vocación sacerdotal, ese hombre también podrá un día unir su voz a la del P. Brennan, a la mía, a la de innumerables sacerdotes a lo largo del tiempo, para decir: “Me encanta ser sacerdote”.
(Traducido por Luis Baudry-Simón.)
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