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EL BÁCULO DEL OBISPO: Empieza ahora a prepararte para el Miércoles de Ceniza
Linda Oppelt

EL BÁCULO DEL OBISPO: Empieza ahora a prepararte para el Miércoles de Ceniza

By Bishop James R. Golka

En muy poco tiempo, comenzaremos el Tiempo de Cuaresma.  A menudo, en el ajetreo de nuestras vidas, este tiempo santo de Cuaresma puede arrastrarse sobre nosotros y, de repente, es el Miércoles de Ceniza, y hemos hecho poco o nada para prepararnos para esta temporada penitencial.   

Me gustaría reflexionar ahora, antes de que comience la Cuaresma, sobre cómo podemos abrir nuestros corazones a la gracia que se nos da durante este tiempo para que podamos experimentar un verdadero giro de nuestros corazones hacia Dios. 

El Miércoles de Ceniza es un poderoso comienzo para la Cuaresma. Es un claro recordatorio de que algún día volveremos a Dios y enfrentaremos su juicio.  Este es un gran acto de misericordia que la Iglesia nos da cada año, para llamarnos al arrepentimiento y volvernos al Señor con corazones contritos.   Las primeras palabras de la Liturgia de la Palabra en el Miércoles de Ceniza realmente describen cómo debemos vivir la temporada de Cuaresma: “Pero aún ahora — oráculo del Señor — vuelvan a mí de todo corazón, con ayuno, llantos y lamentos. Desgarren su corazón y no sus vestiduras, y vuelvan al Señor, su Dios, porque él es bondadoso y compasivo, lento para la ira y rico en fidelidad, y se arrepiente de sus amenazas” (Jl 2, 12-13).

Estos dos versículos del libro del profeta Joel se centran en el tema del corazón.  En primer lugar, estamos llamados a volver al Señor “de todo corazón”.  Este es un llamado muy importante del Señor que puede pasarse por alto fácilmente.   En el Nuevo Testamento, conversión es la palabra griega “metanoia” que literalmente significa “dar la vuelta”.  La conversión es literalmente un alejamiento del pecado y, como exhorta el profeta Joel, un “volver al Señor”, y este volver al Señor es “de todo corazón”. Para captar la naturaleza radical de esta conversión, debemos entender el significado bíblico de la palabra “corazón”. En nuestra cultura, el corazón se asocia a los sentimientos, especialmente a la emoción del amor, pero la palabra corazón tiene un significado mucho mayor en el contexto bíblico.   El Catecismo de la Iglesia Católica ofrece una bella descripción de esta noción bíblica del corazón humano: “El corazón es la morada donde yo estoy, o donde yo habito (según la expresión semítica o bíblica: donde yo ‘me adentro’). Es nuestro centro escondido, inaprensible, ni por nuestra razón ni por la de nadie; sólo el Espíritu de Dios puede sondearlo y conocerlo. Es el lugar de la decisión, en lo más profundo de nuestras tendencias psíquicas. Es el lugar de la verdad, allí donde elegimos entre la vida y la muerte. Es el lugar del encuentro, ya que a imagen de Dios, vivimos en relación: es el lugar de la Alianza” (CIC, 2563). 

Por lo tanto, regresar a Dios con todo nuestro corazón es un don total y completo de nosotros mismos a Dios.  ¡Dios quiere nuestros corazones porque nos quiere a todos!  Por eso el profeta Joel dice a continuación: “Desgarren su corazón y no sus vestiduras, y vuelvan al Señor, su Dios”. Dios desea que rasguemos nuestros corazones, que nos abramos radicalmente a él para que pueda redimir y sanar lo que está herido por el pecado y elevar y fortalecer todos los dones y la bondad en nosotros.   A veces es fácil ver la conversión a través de las acciones externas que hacemos: ayunar, dar limosna y renunciar a los dulces u otras cosas para la Cuaresma.   Sin embargo, estas acciones externas solo son buenas y eficaces si proceden del corazón y conducen a la conversión del corazón.  Esta es la razón por la que la preparación en oración para el Tiempo de Cuaresma y cómo vamos a vivir este tiempo en las cosas a las que renunciamos, el compromiso más profundo con la oración y los actos de servicio y caridad, provienen de nuestro amor a Dios y al prójimo y ayudan a desarraigar y sanar el pecado en nuestros corazones. Por eso, animo a todos a que en estos últimos días antes de la Cuaresma vayamos ante el Señor en oración y le abramos nuestro corazón y le pidamos al Espíritu Santo cómo quiere que vivamos este tiempo de Cuaresma.  Tal vez Dios nos esté llamando a una forma más profunda de vivir este tiempo santo que nos permita abrir nuestros corazones y volver a Él con más fuerza de la que podemos imaginar. 

El otro corazón del que habla el profeta Joel es el corazón de Dios, y el pasaje de la Escritura nos permite vislumbrar el maravilloso corazón de Dios: “Porque es clemente y misericordioso, lento para la ira, rico en bondad y arrepentido en el castigo”.  ¡Qué confianza podemos tener en volver al corazón misericordioso de Dios, especialmente al Sacratísimo Corazón de Jesús, que arde eternamente con gran amor por nosotros! El Papa Francisco abre su reciente carta encíclica sobre el Sagrado Corazón describiendo este gran amor de Jesús por nosotros: “’Nos amó’, dice san Pablo refiriéndose a Cristo (Rm 8,37), para ayudarnos a descubrir que de ese amor nada ‘podrá separarnos’ (Rm 8,39). Pablo lo afirmaba con certeza porque Cristo mismo lo había asegurado a sus discípulos: ‘los he amado’ (Jn 15,9.12). También nos dijo: ‘los llamo amigos’ (Jn 15,15). Su corazón abierto nos precede y nos espera sin condiciones, sin exigir un requisito previo para poder amarnos y proponernos su amistad: ‘nos amó primero’ (1 Jn 4,10). Gracias a Jesús ‘nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído’ en ese amor (1 Jn 4,16)” (Dilexit nos,1).

En este Tiempo de Cuaresma, Jesús nos espera con un corazón literalmente desgarrado en insondable amor misericordioso por la lanza que atravesó su corazón durante su crucifixión. ¿Cuánto más deberíamos todos nosotros, con gran amor y confianza, abrir nuestro corazón y volver a Él en esta Cuaresma? No hay pecado, ni herida, ni pasado, ni lucha que sea más grande que la misericordia de Dios.  Con gran amor y confianza abramos nuestros corazones y volvamos a él: “Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rm 8, 38-39).

(Traducido por Luis Baudry-Simón.)

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