EL BÁCULO DEL OBISPO: La esperanza de la Resurrección se encuentra en la Eucaristía
By Bishop James R. Golka
¡Resucitó! Después de cuarenta días de oración y ayuno y acompañando al Señor en su pasión y muerte en la cruz, la Iglesia se regocija en su gloriosa Resurrección.
Nos unimos a san Pablo en la proclamación: “La muerte ha sido vencida. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón? ¡Demos gracias a Dios, que nos ha dado victoria por nuestro Señor Jesucristo!” (1 Corintios 15, 54-55. 57).
Jesucristo ciertamente ha conquistado el pecado y la muerte por la victoria de su Resurrección. La Resurrección de Jesús de entre los muertos es la manifestación plena y final del amor misericordioso del Padre por nosotros, un amor que es más grande que nuestros pecados, más grande que nuestras debilidades e incluso más grande que la muerte. La muerte, que una vez fue el mayor flagelo del pecado, ahora ha sido transformada por Cristo para convertirse en la puerta a la vida eterna y la comunión interminable con Dios. En el “Exultet” de la Vigilia Pascual, la Iglesia exclama con alegría la maravilla del amor misericordioso de Dios:
“¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros!
¡Qué incomparable ternura y caridad!
¡Para rescatar al esclavo entregaste al Hijo!
Necesario fue el pecado de Adán,
que ha sido borrado por la muerte de Cristo.
¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!”.
La Iglesia celebra la Pascua con una alegría aún mayor en este Año Jubilar de la Esperanza. Porque la Resurrección de Cristo es la piedra angular de nuestra esperanza, porque seremos resucitados a una nueva vida en el último día. San Pablo revela la gran esperanza de la Resurrección: “Si Cristo no ha resucitado, tu fe es inútil y todavía estás en tus pecados. Entonces perecieron los que durmieron en Cristo. Si solo por esta vida hemos esperado en Cristo, de todos los hombres somos los más dignos de compasión. Pero, de hecho, Cristo ha resucitado de entre los muertos, las primicias de los que han dormido. Porque así como por un hombre vino la muerte, por un hombre vino también la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados” (1 Corintios 15:17-22).
La Resurrección de Jesús es la gran esperanza que ha sostenido la fe de la Iglesia a lo largo de los siglos. Es la esperanza que dio valor a los mártires y sostuvo a los santos a través de muchas pruebas y los fortaleció en la virtud. Es con esta misma esperanza en la Resurrección que somos enviados al mundo como testigos gozosos del Evangelio para que muchos más puedan conocer el amor del Padre a través de Jesucristo.
Nuestra esperanza también se fortalece en que la Resurrección de Jesús no es solo un evento histórico que sucedió hace 2000 años, sino que es una realidad que experimentamos aquí y ahora, especialmente a través del don de la Eucaristía. Como destaqué en mi carta pastoral Cristo nuestra Esperanza, la Eucaristía es el Sacramento de la Esperanza, y “Cuando participamos en la Misa, ya estamos compartiendo la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte; esta victoria no es un evento futuro, sino que está sucediendo aquí y ahora”. La Eucaristía es la prenda de nuestra gloria futura, y cada Misa es un anticipo del cielo y de nuestro destino eterno en Cristo con todos los ángeles y santos. San Juan Pablo II hace una poderosa conexión entre la Eucaristía como Sacramento de la Esperanza y la Resurrección: “En la Eucaristía, todo expresa la confiada espera: ‘mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo’. Quien se alimenta de Cristo en la Eucaristía no tiene que esperar el más allá para recibir la vida eterna: la posee ya en la tierra como primicia de la plenitud futura, que abarcará al hombre en su totalidad. En efecto, en la Eucaristía recibimos también la garantía de la resurrección corporal al final del mundo: ‘El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día’ (Jn 6, 54). Esta garantía de la resurrección futura proviene de que la carne del Hijo del hombre, entregada como comida, es su cuerpo en el estado glorioso del resucitado. Con la Eucaristía se asimila, por decirlo así, el ‘secreto’ de la resurrección. Por eso san Ignacio de Antioquía definía con acierto el Pan eucarístico ‘fármaco de inmortalidad, antídoto contra la muerte’” (Ecclesia de Eucharistia, 18).
Entonces, mientras continuamos con la alegría de la Resurrección en el Año Jubilar de la Esperanza y el último año del Renacimiento Eucarístico, salgamos “con gozosa esperanza”, sabiendo que la muerte no tiene la última palabra, sino que se ha convertido en nuestra entrada a la vida eterna y la gloria celestial. Porque “lo que nadie vio ni oyó y ni siquiera pudo pensar, aquello que Dios preparó para los que lo aman” (1 Corintios 2, 9). ¡Feliz Pascua!
(Traducido por Luis Baudry-Simón.)
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