EL BÁCULO DEL OBISPO: Luces que brillan en la oscuridad
By Bishop James R. Golka
Como obispo de la diócesis que tiene su sede en la Ciudad Olímpica, me sentí profundamente conmocionado y entristecido al presenciar la exhibición blasfema durante la ceremonia de apertura de las Olimpiadas en París. La vergonzosa burla de la Última Cena causó una gran herida en el corazón de Jesús y en el de muchos cristianos de todo el mundo. ¿Cómo respondemos a esto los católicos?
Aunque ciertamente estamos llamados a levantarnos con valentía y defender a nuestro Señor y nuestra santa Fe, me gustaría dar algunas otras ideas sobre cómo podemos responder eficazmente a esta y otras pruebas y persecuciones a las que nos enfrentaremos como cristianos que vivimos en una cultura cada vez más secular y hostil.
En primer lugar, no debe sorprendernos que nos enfrentemos a este tipo de burlas y persecuciones por parte de nuestra cultura y del maligno. Jesús nos prepara cuando dice: “Si el mundo los odia, sepan que me ha odiado a mí antes que a ustedes”. (Juan 15, 18). “Bienaventurados los que son perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5, 10). Ser cristiano siempre ha significado ser un signo de contradicción contra el espíritu del mundo en el que vivimos. Siempre habrá oposición y persecución, especialmente en una cultura que rechaza abiertamente a Dios y su amor. Pero Jesús también nos enseña a sufrir en el amor cuando somos perseguidos. Nos manda: “Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores” (Mateo 5, 44). Necesitamos ser conscientes de que lo que está en juego en última instancia es la salvación de las almas. Los que animaron y participaron en los actos de la ceremonia inaugural son personas reales a las que Jesús quiere salvar. Por eso, mientras defendemos con valentía nuestra fe, también debemos rezar por la conversión y la salvación de las personas que participaron en este acto, para que conozcan la misericordia y el amor de Jesús. “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23, 34).
En segundo lugar, necesitamos tener una gran esperanza en la victoria de Cristo. Aunque vemos mucha maldad y experimentamos persecución en este mundo, ¡necesitamos recordar que al final Cristo es victorioso! Esto me recuerda la escena de los evangelios de la tormenta en el mar. Las olas inundan la barca y los apóstoles están convencidos de que van a perecer. Pero, ¿qué hace Jesús? ¡Está dormido! Jesús sabe quién es y de qué va y que saldrá victorioso. Jesús quiere que compartamos esa misma confianza y paz, incluso en tiempos de prueba y persecución, para que pueda utilizarnos en la consecución de esta victoria. El Papa Francisco nos lo recuerda cuando dice: “Nadie puede emprender una lucha si de antemano no confía plenamente en el triunfo. El que comienza sin confiar perdió de antemano la mitad de la batalla y entierra sus talentos” (Evangelii gaudium, 85).
El Papa Francisco entiende que Jesús quiere utilizarnos en su victoria a través del testimonio de nuestras vidas. La batalla por las almas en nuestro mundo de hoy se ganará principalmente a través del testimonio auténtico de nuestra fe católica que es verdadera, buena y bella. Nuestra fe es atractiva, y es más atractiva cuando damos testimonio de ella con una vida de humildad, caridad y santidad. San Pablo VI considera nuestro santo testimonio como el corazón mismo de la evangelización: “La Buena Nueva debe ser proclamada en primer lugar, mediante el testimonio. Supongamos un cristiano o un grupo de cristianos que, dentro de la comunidad humana donde viven, manifiestan su capacidad de comprensión y de aceptación, su comunión de vida y de destino con los demás, su solidaridad en los esfuerzos de todos en cuanto existe de noble y bueno. Supongamos además que irradian de manera sencilla y espontánea su fe en los valores que van más allá de los valores corrientes, y su esperanza en algo que no se ve ni osarían soñar. A través de este testimonio sin palabras, estos cristianos hacen plantearse, a quienes contemplan su vida, interrogantes irresistibles: ¿Por qué son así? ¿Por qué viven de esa manera? ¿Qué es o quién es el que los inspira? ¿Por qué están con nosotros? Pues bien, este testimonio constituye ya de por sí una proclamación silenciosa, pero también muy clara y eficaz, de la Buena Nueva. Hay en ello un gesto inicial de evangelización” (Evangelii nuntiandi, 21).
Así pues, nuestra respuesta definitiva a lo ocurrido en París es hacer brillar luces en la oscuridad. Jesús nos dice en el Sermón de la Montaña: “Ustedes son la luz del mundo . . . Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo” (Mateo 5, 14 16). Vemos esto poderosamente vivido en la liturgia cada Vigilia Pascual cuando la luz de Cristo resucitado atraviesa la oscuridad del pecado y la muerte. Pero luego esa luz crece y se vuelve casi abrumadora cuando se enciende la luz de la vela de cada persona. Las tinieblas del pecado y del mal son vencidas cuando cada uno de nosotros se convierte en la luz de Cristo que brilla en el mundo y suscita preguntas irresistibles en el corazón de quienes nos rodean. Esta es nuestra respuesta y nuestra llamada.
(Traducido por Luis Baudry-Simón.)
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