EL BÁCULO DEL OBISPO: Regalar el don de Jesús
By Bishop James R. Golka
"Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado” — Isaías 9:5
Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
A medida que se acerca la Navidad, los días se vuelven más oscuros. En Tierra Santa hay guerra e ira. La cultura en la que vivimos parece cada vez más centrada en las cosas materiales del mundo. Miramos a nuestro alrededor y vemos a los que están física y espiritualmente hambrientos, sedientos, desnudos, enfermos y encarcelados. Puede parecer que la oscuridad es opresiva.
Y, sin embargo, tenemos ante nosotros esta gran esperanza. “El pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz: sobre los que habitaban en el país de la oscuridad ha brillado una luz” (Isaías 9 1).
¿Qué es esta luz? Es la luz que resplandece en un niño pequeño y tembloroso. Un niño nacido en el humilde anonimato hace 2.000 años. El profeta Isaías continúa diciéndonos que este niño es un regalo. “Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado . . .” (Isaías 9, 5).
Durante mi estancia en el Cuerpo de Voluntarios Jesuitas, trabajé en la reserva india de Pine Ridge, en Dakota del Sur. Aprendí que la cultura india Lakota Sioux tiene una tradición de cumpleaños única. Celebran los cumpleaños con un “reparto de regalos” en lugar de una fiesta. La persona que celebra su cumpleaños invita a amigos y familiares a su casa y reparte regalos en lugar de recibirlos.
La Natividad de Jesucristo parece un “reparto de regalos” de cumpleaños. La vida de Jesús se convirtió, y sigue siendo, un don infinito y eterno. ¿Qué regalo recibimos con el nacimiento de Jesús? Recibimos todo, recibimos la luminosa esperanza de que el todo que recibimos sea la unión infinita y eterna con aquel que se entregó a nosotros.
Este regalo no fue un hecho aislado que ocurrió en una tierra lejana. Jesús es “el regalo que no cesa de darse” cada vez que nos acercamos a Él en la Eucaristía.
¿Qué hacemos entonces con este don de Jesús en la Eucaristía cuando lo recibimos? ¿Cómo administrar adecuadamente este don infinito y eterno? Lo primero que debemos hacer es estar continuamente fascinados por quien es a la vez el dador y el don, Jesucristo. Entonces debemos convertirnos en lo que recibimos, debemos convertirnos en la luz de Jesús. Entonces debemos compartir ese don, debemos “regalar” caritativamente la vida de Jesús dentro de nosotros a los que nos rodean.
Cuando hacemos esto, cumplimos la llamada del Concilio Vaticano II, una llamada que afirma explícitamente que el hombre “no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás” (Gaudium et Spes, 24).
La Iglesia nos enseña que sin hacer un “don sincero” de nosotros mismos, sin compartir la vida de Jesucristo en nosotros, no podemos encontrarnos a nosotros mismos, estamos perdidos.
No es tarea fácil “regalar” a Jesús y entregarnos sinceramente. Al describir el don de Jesús a nosotros, a menudo utilizamos el término griego kénosis. Significa que Jesús se despojó de sí mismo, entregó todo su ser, cuerpo y sangre, alma y divinidad. ¿Estamos preparados y dispuestos a hacer lo mismo?
Además de Jesús, tenemos otro modelo de esta kénosis, este don de vaciarse de sí mismo: nuestra Santísima Madre.
La kénosis de María, su vaciamiento de sí misma, se produjo a través de una sola palabra: “sí”. Cuando el ángel Gabriel se apareció a María con la noticia de la Encarnación de Jesús en su seno, San Bernardo de Claraval creía que los ángeles del cielo contuvieron la respiración esperando el “sí” de María.
De la expresión tranquila, del suave “hágase en mí según tu palabra”, se encarnó la esperanza para el mundo entero; el dador y el don se hicieron hombre.
Este don encarnado que nos llega por el amor de Dios y por el “sí” de María es nuestro, “se nos da un hijo”, como profetizó Isaías. Ese hijo es verdaderamente nuestro y, además, se nos da continuamente en la Eucaristía. ¿Cómo cuidamos, pues, este don eucarístico?; ¿cómo administramos este don infinito y eterno?
Como mis amigos de Dakota del Sur, lo regalamos a los demás. Y lo regalamos otra vez, y otra, y otra.
Mientras caminamos en tiempos que pueden parecer oscuros, mientras esperamos la luz brillante de la Natividad de nuestro Señor Jesucristo, que todos digamos humildemente “sí” a Jesús. Que todos nos unamos al don que él es. Que todos tengamos la caridad de regalarlo a quienes necesitan su luz y su amor.
(Traducido por Luis Baudry-Simón)
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