EL BÁCULO DEL OBISPO: Tres prácticas esenciales de Adviento
By Bishop James R. Golka
Hemos entrado en un nuevo año litúrgico y también en el tiempo de Adviento. En el ajetreo y las distracciones de los preparativos para la Navidad y todas las celebraciones navideñas, puede ser muy fácil que perdamos de vista la importancia del tiempo de Adviento y la preparación espiritual a la que la Iglesia nos llama antes de Navidad.
Entonces, ¿cómo debemos vivir este tiempo de Adviento y prepararnos para acoger a Jesús más profundamente en nuestros corazones y en nuestras vidas? Me gustaría sugerir tres componentes esenciales del tiempo de Adviento: penitencia, oración y paz.
Penitencia
El Adviento, como la Cuaresma, es un tiempo de penitencia. El Adviento se centra en las palabras de San Juan Bautista: “Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca” (Mateo 3, 2). El Adviento nos llama al arrepentimiento, a recordar nuestros pecados y nuestros fallos y a reconciliarnos con Dios para que podamos estar preparados con corazones nuevos para celebrar su primera venida en Navidad. No hay mejor manera de arrepentirse y alejarse del pecado y acercarse a Cristo que el Sacramento de la Reconciliación. Este gran sacramento de la misericordia no sólo nos perdona nuestros pecados, sino que, por la gracia de Cristo, el Médico Divino, somos curados de nuestro pecado y nuestros corazones son hechos nuevos. Como rezamos en el Salmo 51: “Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu. . . . Devuélveme la alegría de tu salvación, que tu espíritu generoso me sostenga” (Salmo 51, 10. 12). ¿Qué mayor regalo podemos hacerle a Jesús en Navidad que un corazón limpio y renovado en el que Él pueda reinar como Señor y Rey de nuestras vidas?
Oración
El Adviento también nos invita a una oración más profunda. Jesús desea entrar más profundamente en nuestros corazones para que podamos tener una amistad íntima con Él. Esto no puede suceder sin la oración. El Adviento es el tiempo perfecto para hacer un esfuerzo intencionado por pasar de “decir oraciones” a “estar en oración”. ¿Cuál es la diferencia? El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña la diferencia cuando afirma: “Si el corazón está alejado de Dios, la expresión de la oración es vana” (2562). La oración no es sólo recitar palabras, sino elevar nuestro corazón y nuestro ser a Dios. Para reforzar esto, el Catecismo introduce la oración con las palabras de Santa Teresita de Lisieux que dice: “Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como en la alegría” (2558). El Adviento es un tiempo para crecer más en la oración intencional, que es una verdadera conversación con Dios en la que le hablamos como a un amigo, y también en el silencio orante escuchamos su voz que habla en nuestros corazones. Esto requiere tiempo, disciplina y práctica, pero si nos comprometemos a pasar una parte de cada día con Dios en oración, crecerá nuestra amistad con Él. También debemos recordar que lo más importante no es siempre la calidad de la oración, sino nuestra fidelidad a la oración. El P. Jacques Philippe insiste en ello cuando dice: “Nuestra primera preocupación. . . . debe ser la fidelidad en la oración, no la calidad de la oración. La calidad vendrá dada por la fidelidad. El tiempo dedicado fielmente cada día a la oración mental pobre, árida, distraída y relativamente breve vale más, y será infinitamente más fructífero para nuestro progreso, que los largos y ardientes ratos de oración mental de vez en cuando, cuando las circunstancias lo facilitan” (Tiempo para Dios, pág. 17). Que este tiempo de Adviento sea un tiempo en el que todos podamos crecer en la oración intencional y fiel.
Paz
El Adviento es también un tiempo de paz, porque Jesús vino a traernos la paz. Los ángeles anuncian su nacimiento proclamando: “Gloria a Dios en las alturas, , y en la tierra, paz entre los hombres amados por él” (Lucas 2, 14). Más tarde, las primeras palabras que Jesús dice a sus apóstoles después de su resurrección son: “La paz sea con ustedes” (Juan 20, 19). Jesús no promete paz en el sentido de que nuestras vidas estarán siempre libres de pruebas, sufrimiento e incluso persecución. La paz que Jesús desea darnos es un corazón que está en paz porque tenemos una confianza firme y tranquila en Él. El Adviento es un tiempo para abrir nuestros corazones y nuestras vidas a la paz de Dios, y para confiar en Él más plenamente. Dios tiene un plan para nuestras vidas, y nos invita a confiarnos cada día a su sabiduría y a su cuidado providencial, y es precisamente en este confiarnos donde encontramos la verdadera paz. Recurrimos de nuevo a la sabiduría del Padre Phillippe: “Dios es un Dios de paz. Él no habla y no actúa sino en la paz, no en la turbación ni en la agitación... A menudo nos causamos agitación y turbación tratando de resolverlo todo por nosotros mismos, cuando sería más eficaz permanecer tranquilamente ante la mirada de Dios y dejarle actuar y obrar en nosotros con su sabiduría y su poder, que son infinitamente superiores a los nuestros” (Buscar y mantener la paz, pág. 6). Por lo tanto, cuando confiamos en Dios, nuestros corazones están en paz, y el Señor puede trabajar más eficazmente en nuestras vidas porque nos asegura que “mi yugo es suave y mi carga liviana” (Mateo 11, 30).
Rezo para mientras nos preparamos para celebrar la Encarnación de Jesús en Navidad y entramos en el Año Jubilar de la Esperanza, este tiempo de Adviento sea para todos nosotros un tiempo bendito para crecer en la penitencia, la oración y la paz.
(Traducido por Luis Baudry-Simón.)
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