EL BÁCULO DEL OBISPO: Velen y estén preparados
By Bishop James R. Golka
Y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos . . .” — Credo Niceno
Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
En este primer fin de semana de Adviento, escuchamos a Jesús en el Evangelio de San Marcos animándonos: “Velen y estén preparados“ Con estas palabras, Jesús no está sugiriendo que nos preparemos para su nacimiento, así que ¿a qué se debe este énfasis en la vigilancia en este primer domingo de Adviento?
La Iglesia nos da la respuesta en el Catecismo: “Al celebrar anualmente la liturgia de Adviento, la Iglesia actualiza esta espera del Mesías: participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador, los fieles renuevan el ardiente deseo de su segunda Venida” (CIC 524).
Nuestra cultura moderna suele trasladar su “ardiente deseo” a la Navidad en cuanto se consume lo último del pavo de Acción de Gracias. Sin embargo, nuestra Iglesia, que ha sido contracultural desde que Jesucristo la estableció sobre la roca de san Pedro, tiene una visión muy diferente de la “preparación” en el tiempo de Adviento.
Parte del tiempo de Adviento, concretamente los últimos ocho días de Adviento, apuntan sin duda a la celebración del nacimiento de Jesucristo. Prepararse para reconocer ese momento en el tiempo en que Jesús nació del casto recinto del vientre de María es un acontecimiento importante y hermoso digno de celebración.
Igual de importante y hermosa es nuestra preparación permanente para la segunda venida de Jesús, un regreso sobre el que el propio Jesús nos dice en el Evangelio de este primer domingo de Adviento: “porque no saben cuándo llegará el momento” (Mc 13, 33). Reafirmamos nuestra fe en este retorno cada vez que profesamos el Credo Niceno: “Y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos”.
En las ocasiones en que nuestra cultura reconoce que Jesús vendrá de nuevo, a menudo se produce una rápida transición hacia la ansiedad por ese día. En cierto sentido, quizá deberíamos acercarnos a la segunda venida de Jesús con “temor y temblor”, como sugiere san Pablo en Filipenses 2:12. Sin embargo, san Pablo también nos anima en la segunda lectura de este primer domingo de Adviento recordándonos que Dios mismo “[nos] hará permanecer irreprochables hasta el fin, hasta el día de su advenimiento [de nuestro Señor Jesucristo]” (1 Cor 1, 8).
Animo a todos a que dediquemos estos primeros días de Adviento a prepararnos no sólo para la Navidad, sino para la segunda y definitiva venida de Jesucristo. La contemplación de ese día debería, si estamos tan preparados como Jesús nos dice que estemos, llenarnos de una alegría y un sobrecogimiento que sólo pueden venir de una unidad, una unicidad, con Jesús.
Si estamos preparados para ese día, viviremos lo que san Juan predice en el Apocalipsis: “Ellos contemplarán su rostro y llevarán su Nombre en la frente. Tampoco existirá la noche, ni les hará falta la luz de las lámparas ni la luz del sol, porque el Señor Dios los iluminará, y ellos reinarán por los siglos de los siglos” (Apoc 22, 4-5).
Al invitarnos a prepararnos para su regreso, Jesús nos invita a una relación eterna e infinitamente amorosa con Él. ¿Cómo podemos entrar en lo eterno, en lo infinito? Esta unidad eterna e infinita con Jesús es posible por la humildad y la caridad en que se convierte Jesús mismo.
Jesús se hace humilde al tomar carne humana: “al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz” (Filipenses 2, 7-8). Y Jesús se hace caridad convirtiéndose en el amor del Padre por nosotros: “Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes” (Juan 15, 9).
Finalmente, mientras continuamos nuestro viaje de tres años a través del Avivamiento Eucarístico, se nos recuerda que podemos alimentar nuestra fascinación por Jesús, podemos alimentar nuestro deseo de unidad con Jesús en su segunda venida, encontrándolo en la Eucaristía. Aquel que se humilla, que nos ama, que desea la unidad con nosotros, está verdaderamente presente en el milagro eucarístico. El alimento que nos prepara para la segunda venida de Jesucristo es Jesucristo mismo.
Al embarcarnos en este viaje a través del Adviento, volvamos a centrarnos, no sólo en prepararnos para la Navidad, sino en prepararnos para ese día en que Jesús vendrá de nuevo en gloria.
(Traducido por Luis Baudry-Simón)
129